viernes, abril 27, 2007

Dios salve a la Reina.

Como cualquier día por la noche entre semana, Miriam ha tomado rumbo hacia la aventura urbana en busca de semental que liquide su gran apetencia sexual. Para ella es fácil encontrar garañón después de años de especializarse en la disciplina de la seducción, además su condición natural no se ha visto menguada por el paso del tiempo, al contrario, esta jugosa hembra de 42 años cree estar en su mejor momento. Miriam Arjona esta noche quiere guerra y no se va a conformar con sólo un macho. Sabe que su atractivo es considerado por todos los hombres en capacidad reproductiva y quiere sacarle jugo. Nunca mejor dicho.

Por más de una hora ha conducido su coche y por fin se ha decidido por el “Le Club Célibataire”, antro donde se congregan viudos, divorciados, casados y alguno que otro joven ganoso de satisfacer alguna fantasía Edipesca. Miriam quiere medir fuerzas, en ese establecimiento la competencia es más dura porque las jovenzuelas son cada vez más descaradas y muchas veces los hombres se van por lo más fácil. –Sólo les falta cobrar- se lamenta Miriam, pero confiada en sus talentos se dirige hacia la puerta donde Hugo el cadenero se inclina para darle paso como la reina que es. Con un ondulante y bien proporcionado manejo de caderas, se pasea por el hall sin voltear a ver a nadie hasta llegar a su meta, la barra. Toma asiento y se gira para poder por fin ver a todos los mortales ahí presentes.

Los músicos no ha dejado de tocar “Vereda Tropical”, dando constancia que no ha habido un lapso entre que ella entró y se sentó, ya que la concurrencia se ha quedado congelada hasta que fue desencantada por la mirada de Miriam. Ella, acostumbrada a concentrar los ojos sórdidos encima de su curvilínea masa lo toma como lo que es. Normal.

Miriam esta noche se siente especialmente candente, el bochorno en torno suyo la ha puesto más cachonda y eso aviva su vestido blanco ajustado a la altura de los pechos. Su notoria situación densa el ambiente, pareciera que en el lugar no hay hembra más que ella.

Los hombres parecen depredadores ante una presa nunca antes vista. No se atreven a atacar. De hecho, no saben que en realidad ellos son la caza, pero vamos, los sementales creen tener siempre el control en cuestiones carnales. Esa es su perdición. Sabia conocedora de esto, Miriam, cual lobo en piel de oveja, ha tomado una postura sumisa, de esas que envalentonan hasta el más mísero macho cuando se combina con alcohol.

Unos cuantos chacales se han acercado, la ven pero de inmediato voltean a otro lado cuando están a punto de cruzar con su mirada. De entre ese cúmulo de desperdicios, Miriam a divisado un candidato que además de tener la suficiente confianza para observarla fijamente, parece tener un interés más allá que el simple y llano acostón de una noche. Eso la intimida al no poder descifrar sus intensiones, pero también encontrando excitación en lo desconocido, decide que él será su objetivo.

Las miradas se hacen más frecuentes entre el desconocido y Miriam hasta el punto que ella no escucha las peticiones y sugerencias de los carnívoros que han decidido por fin acosarla. Se ha formado un vínculo con el fondo musical de “Tu voz”, que hiciera famosa la Sonora Matancera con Celia Cruz.

Él comienza acercarse mientras los lastres asediadores que han notado su presencia huyen cual hienas a la imposición del león para robarles su presa.

Están frente a frente. Ella no sabe qué decir, este personaje es alto y delgado, demasiado blanco para su gusto pero ejerce una atracción que hacía mucho no sentía, de hecho ha olvidado cuándo fue la última vez que se sintió intimidada por un hombre. Él en cambio usando un tono pausado le dice: “Así que tú eres la Gran Lady de esté lugar”.

Miriam trata de recuperarse de la impresión y sin pensar demasiado instintivamente contesta “Pídeme un trago de lo que estás tomando”. “No bebo”, contesta él. Ella comienza a agarrar confianza “¿Qué haces entonces?”. “Sa-bo-re-o mi ce-na”, cada sílaba es pronunciada con una sensual cadencia que para Miriam es como la canción del ave macho que invita a la hembra a aparearse. “Ella le dice Vámonos de aquí, está muy aburrido”.

Al pasar frente a la concurrencia, podemos notar a las rémoras tras las mesas que miran con odio y respeto a la espectacular pareja que ha partido plaza para desplazarse hacia la puerta. Al salir del “Le Club Célibataire” ella no aguanta más y lo besa con tantas ganas que le saca sangre. Él sonríe y chupa con su lengua el fluido colorado que se esparce por la comisura derecha de sus labios. La mira fijamente con sus brillantes ojos y le dice. “Espera”.

La toma de la mano y comienzan a caminar por la calles vacuas, donde el sonido ambiente es el desquiciado maullido de una gata en celo y más allá el ulular de patrullas y ladridos de perros salvajes. Se han acercado a una esquina de departamentos donde no sirve el farol. Él la toma de los hombros y la avienta a la oscura pared raspándole el hombro. “Maldito salvaje” piensa Miriam, excitándose más.

Él comienza a besarla con ternura a diferencia de ella, que trata de morderlo otra vez. “Quieta” le pide con gentileza. Los ojos de Miriam están encendidos, al igual que sus pezones que parecen reventar el vestido blanco. En la penumbra él apenas el los puede ver pero se abalanza sobre éstos. Comienza a chuparlos mientras aprieta con sus manos y ya sin delicadeza las dos enormes tetas.

Miriam grita de placer. Él prosigue y se desliza hacia abajo, alza su falda y sin más carne de por medio comienza a lamer afanosamente su vagina. Ella, la mar de contenta, suplica por más. Las lamidas cambian por fuertes succiones que involucran más que el clítoris, parece que quiere comerse la parte superior del chocho, por donde nace el vello de la pubis.

Dos, tres orgasmos en cuestión de minutos, ella está apunto de reventar pero él sigue. “Para, me estás dejando seca”, le pide con humildad. Él sin hacer caso continúa más clavado que en el principio. Miriam siente otro orgasmo, éste mucho menos fuerte, de hecho, se siente muy debilitada.

“Espera”, le dice. Él no para. Con las pocas fuerzas que le quedan, lo agarra del pelo con ambas ambos y lo jala para desprenderle la boca de su genitales “Te he dicho que ya”. Ella nota algo raro a pesar de las sombras. Hay una mancha oscura en el vestido y en la boca de su inagotable extractor.

Miriam está mareada, por lo que tarda unos segundos en entender que la mancha es su propia sangre. Su terror no se ve reflejado por la falta de fuerza, trata de incorporarse pero es demasiado tarde. Él la sujeta fuertemente de ambas nalgas y vuelve a clavar sus colmillos en los orificios que anteriormente había hecho arriba de los labios exteriores. Esta vez excluye las lamidas de clítoris.

Los gritos ahora son ahogados. El cuerpo han dejado de moverse. El líquido ha dejado de fluir. Él se levanta, saca un pañuelo de tela, lo pasa por su boca y eructa discretamente. Da media vuelta y camina para perderse en el follaje urbano.

El cuerpo seco de la indomable reina de la noche, Miriam Arjona, ha quedado tendido y abierto de piernas en la esquina de una calle perdida del Distrito Federal. Al día siguiente los diarios no hablarán de otra cosa sino del gran número de muertos por el crimen organizado y la recién aprobada reforma de ley que despenaliza el aborto.

2 Comments:

Blogger Bato said...

truculenton, sabroso. no ame el inicio, porque no logre verla a ella como reina....pero él y la succionada fue menstruosa!

2:28 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

¿Por dónde andas Don Pirata?... Casi tres meses sin leer nada. ¿des-inspirado...? ¿Para cuándo un cuento nuevo? ;-)

Besos!

10:21 a.m.  

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