jueves, septiembre 28, 2006

La fuerza del deterioro.

Las ataduras de las muñecas han comenzado a ceder entre los desesperados jalones y la sangre que producen y que a la vez permite, cómo lubricante, mover un poco más las manos.

Los clavos que mantienen a la cama unida permanentemente al piso se muestran frágiles, varias veces han estado a punto de salir volando por la tremenda fuerza que desprende Miguel en los momentos de crisis.

Él se encuentra postrado, amarrado por las cuatro extremidades a la estructura maltrecha que es su cama. Su infierno.

La habitación que lo vio crecer se ha convertido en la cárcel que lo mantiene recluido a su suerte desde hace días. Él lo ha pedido, suplicado. Así debe ser. Lo ha intentado todo sin resultados.

María Elena, su madre, ha estado a punto de liberarlo varias veces al no soportar los gritos de dolor, pero Miguel le jura que si lo hace no lo volverá a ver por el resto de su vida. Además, ella sabe que es mejor dejarlo amarrado, pero en cada vicisitud de su hijo, su corazón se deteriora tanto física como emocionalmente al ver cómo trata de combatir a sus malditos demonios.

Pero María Elena es cómplice del sufrimiento y vejación de Miguel. Fue ella quien lo amarró según las indicaciones de su hijo. Ella misma es la que le cura las heridas y le cambia el pañal. Todo ella.

También se siente culpable de la extrema situación por la que atraviesa Miguel. Si hubiera sido un poco más estricta, pero todos sabemos que educar a un hijo sola no es nada fácil.

Aun así, Miguel logró tener una buena educación y pudo colocarse en un buen puesto en una compañía dedicada a la informática. Pero a pesar de tener 33 años, no beber y mucho menos ingerir drogas (qué aburrido), no ha logrado encontrar pareja. Es por eso y porque tiene un sentido de responsabilidad hacia María Elena, que tampoco se ha mudado a vivir por su cuenta.

Pero él cree que la verdadera fuente de sus problemas es un gran defecto que lo tiene preso y postergado. Una prisión autoimpuesta con la que espera curarse. Para contraatacar su desperfecto, Miguel pidió dos semanas de vacaciones y dos semanas más de licencia. Como pretexto se inventó un viaje por varias ciudades de Europa. Está decidido: superarlo o morir en el intento.

Los primeros días han sido muy difíciles, María Elena no sabe cuánto van a poder aguantar. Pero nada ha funcionado. Nada. Ni las dietas comunes hasta el by-pass que le hicieron hace 6 años (perdió 80 kilos pero los recobró al paso de los años) ha cambiado los hábitos de Miguel.

No hay razón o incondición física para su problema. El gran pedo con Miguel es que no puede dejar de comer, tragar, devorar, atascarse. Así de llano.

Lo único que puede salvarlo es que logre ser más fuerte a sí mismo. Lo que eso signifique.