Juan y el tiempo.
Según me decía Juan, nunca podía hacer nada porque siempre estaba ocupado, y para hacer lo que fuera tenía que hacer una cita con el tiempo.
El problema es que el tiempo también estaba ocupado y a veces no lo podía atender, por eso Juan ya ni siquiera hacia el intento de buscarlo desde hace mucho.
No sé exactamente cuándo dejé de ver a Juan, pero lo recordé esta mañana al tomarme media hora y pasar a beber un café recién molido. Todas las personas que pasaron frente donde estaba tenían los mismos síntomas de Juan cuando él comenzaba a resongar por sus momentos libres.
No hubo excepción, todos corrían, muchos iban cabizbajos para no saludar a nadie e irse lo más pronto posible, o quizá esa posición los ayudaba a tomar velocidad y llegar más rápido a donde tenían que llegar. Tal vez así, al hacer todo de prisa, pudieran agendar una cita y ser recibidos por el tiempo.
Sentí nostalgia por Juan, así que llegando a la oficina lo primero que hice fue hablarle al último teléfono que dejó, pero contestó una secretaria, la que secamente me dijo que esa era la oficina del Ingeniero Rocha (creo que así se apellida Juan).
Cuando la puse al tanto quién era y de dónde hablaba, sentí cierta burla al decirme que las llamadas personales no eran importantes. Con su tono de voz secuestró lo que quedaba de Juan porque de inmediato, sin consultar a nadie, simplemente me informó que el Ing. Rocha se comunicaría conmigo tan pronto le fuera posible, que no podía atenderme.
Ahora ya no sólo Juan dice que está muy ocupado. Ahora tiene gente que trabaja para él y que informa a las demás persona que no tiene tiempo, de esta manera no desperdicia ni un segundo en nimiedades.
Yo solía ser su conciencia, pero Juan ya ni siquiera habla conmigo. Tendré que convencer al tiempo para que le dé una cita y así poder contactar de nuevo con él.
El problema es que el tiempo también estaba ocupado y a veces no lo podía atender, por eso Juan ya ni siquiera hacia el intento de buscarlo desde hace mucho.
No sé exactamente cuándo dejé de ver a Juan, pero lo recordé esta mañana al tomarme media hora y pasar a beber un café recién molido. Todas las personas que pasaron frente donde estaba tenían los mismos síntomas de Juan cuando él comenzaba a resongar por sus momentos libres.
No hubo excepción, todos corrían, muchos iban cabizbajos para no saludar a nadie e irse lo más pronto posible, o quizá esa posición los ayudaba a tomar velocidad y llegar más rápido a donde tenían que llegar. Tal vez así, al hacer todo de prisa, pudieran agendar una cita y ser recibidos por el tiempo.
Sentí nostalgia por Juan, así que llegando a la oficina lo primero que hice fue hablarle al último teléfono que dejó, pero contestó una secretaria, la que secamente me dijo que esa era la oficina del Ingeniero Rocha (creo que así se apellida Juan).
Cuando la puse al tanto quién era y de dónde hablaba, sentí cierta burla al decirme que las llamadas personales no eran importantes. Con su tono de voz secuestró lo que quedaba de Juan porque de inmediato, sin consultar a nadie, simplemente me informó que el Ing. Rocha se comunicaría conmigo tan pronto le fuera posible, que no podía atenderme.
Ahora ya no sólo Juan dice que está muy ocupado. Ahora tiene gente que trabaja para él y que informa a las demás persona que no tiene tiempo, de esta manera no desperdicia ni un segundo en nimiedades.
Yo solía ser su conciencia, pero Juan ya ni siquiera habla conmigo. Tendré que convencer al tiempo para que le dé una cita y así poder contactar de nuevo con él.
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