El día que Julián perdió el diente.
Ese día no llegaron los ratones, pero si los rateros. Y se llevaron cuanto pudieron en el par de horas que estuvieron dentro de la casa de sus papás, a los que amordazaron con cinta canela en la cocina junto a sus hermanas y el mismo Julián. A Carmelo el perro, antes de ponerse como loco, lo encerraron en el baño con el viejo truco del bistec.
Desde ese día Julián no cree en Santa Claus, ni en los Reyes Magos y ni en su puta madre. Se ha vuelto tan hijo de la tisnada, que no permite que nadie le diga Juliancito como antes, y al que se atreva a hacerlo le revienta el hocico.
El día que perdió el diente, Julián (antes Juliancito) comenzó a convertirse en un hombre. Y en vez de llorar por los televisores, el reproductor de DVD, las joyas de su madre, su colección de comics, su Hombre Araña y todas esas tarugadas para niños que los ladrones se adueñaron, ahora se divierte viéndole los calzones a sus compañeras y darles duro a los que sigan creyendo en el ratón.
La vida es cabrona, me ha dicho pensativo. Y cuánta razón tiene. Lo curioso es que se haya dado cuenta a los siete años.
Desde ese día Julián no cree en Santa Claus, ni en los Reyes Magos y ni en su puta madre. Se ha vuelto tan hijo de la tisnada, que no permite que nadie le diga Juliancito como antes, y al que se atreva a hacerlo le revienta el hocico.
El día que perdió el diente, Julián (antes Juliancito) comenzó a convertirse en un hombre. Y en vez de llorar por los televisores, el reproductor de DVD, las joyas de su madre, su colección de comics, su Hombre Araña y todas esas tarugadas para niños que los ladrones se adueñaron, ahora se divierte viéndole los calzones a sus compañeras y darles duro a los que sigan creyendo en el ratón.
La vida es cabrona, me ha dicho pensativo. Y cuánta razón tiene. Lo curioso es que se haya dado cuenta a los siete años.
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