jueves, octubre 04, 2007

Los hermanos Sonia y Daniel

El juego es la manera de adquirir experiencia y conocimiento en la etapa infantil, casi después de comer es lo más importante. Ahí los cachorros humanos aprendemos a socializar y principalmente a conocer hasta dónde podemos llegar. ¿Acaso no fue en esta etapa cuando Carlos Salinas de Gortari despachó a su hermano? Claro, también el Peje hizo lo mismo con el suyo y en ambos casos fue sin querer o eso dicen. Los límites se conocen al jugar cuando uno es un infante.

Sonia y su hermano Daniel, como niños provenientes de suburbios clasemedieros tienen una imaginación espabilada y repleta de referencias naturales. Perros, gatos y sapos en temporadas de lluvia suelen ser parte de los instrumentos para condimentar sus aventuras.

Durante los últimos días se les había visto ocupados en un nuevo proyecto. Como millones de niños antes, durante y seguramente después, han construido con maderas, mecates y lo que se deje para tal hecho, una casita en un árbol que está en el parque comunitario y a unos cuantos metros de su casa. La idea surgió de Sonia de diez años, que es la que propone en principio todos los juegos, pero es Daniel de ocho y medio, el que decide las últimas consecuencias.

Si la pequeña plantea ir a explorar los lotes baldíos de atrás de su casa, Daniel entusiasmado ve en ello una expedición a una jungla donde el menor ruido puede ser un peligro de efectos nefastos y permanentes. Si en ese viaje atraviesan por un nido de hormigas, el pequeño resuelve que es el hogar de los nativos del lugar y que deben respetar, en cambio, si se topan con un perro callejero, Daniel con un controlado temor va en persecución de aquel terrible depredador aunque siempre acabe apiadándose de él. Qué decir si se encuentran con una rata. Ahí la cosa sí se pone violenta.

Sonia, sin poder disuadir a Daniel a que ya jueguen a otra cosa, acaba secundándolo para protegerlo pero invariablemente se sumerge hasta las cachas en sus fantasías. La lucubración del niño es la que les ha permitido descubrir su propia idea del mundo. La que ha provocado que la casita del árbol haya pasado de eso mismo a un observatorio astronómico para posicionarse finalmente como base de contacto extraterrestre.

Al parecer esta ha sido la máxima aventura del hermanito de Sonia, que desde que se percató de las posibilidades de contacto con seres de otros planetas no hace otra cosa que pensar en ello. Daniel ha descubierto con esto las preguntas que han obsesionado al hombre por miles de años: “si hay seres de otros mundos, entonces ¿de dónde venimos nosotros, quién nos puso aquí y por qué razón? Ocho años puede ser poco, pero el juego le ha otorgado al pequeño interrogantes que le angustian.

Con el paso de los días, su obcecación lo ha puesto poco a poco en estado preocupante. Sonia nunca lo había visto así ya que todo el tiempo lo pasa en la casa del árbol, no quiere bajar y hasta lo ha encontrado ahí dormido en horas que el niño ocupaba para corretear animales, recorren miles de kilómetros montado en su supertronco o librar batallas contra el Ejército Revolucionario de lagartijas rastreras.

Ella le ha dicho que la casita del árbol se ha vuelto un juego aburrido y que es mejor hacer otra cosa, lo que sea. Pero ésta es la primera vez que Daniel no la secunda, rompiendo una regla nunca mencionada pero intrínseca entre ellos. Como todas las que hay entre hermanos pequeños y unidos.

Esa situación ha hundido a la chiquilla, está inconsolable y no sabe ni qué hacer para que su hermano se interese otra vez en sus juegos. Se siente traicionada y todo por culpa de los malditos marcianos, que parece le han abducido la voluntad a su hermanito.

No tuvo que pensarlo demasiado, ha decidido recuperarlo del sometimiento esclavizante de los seres del espacio exterior. Son varias las ideas que se le han ocurrido, que van desde darle una descarga de electricidad por medio de un cable como cuando Carmela su mamá conectó (mal) la lámpara de la cocina; hipnotizarlo con sus superpoderes, pero siendo sincera, no creía que aquella idea se comparara con los poderes de los alienígenas. También pensó dispararle con su pistola desintegradota, lo malo es que no sabía cómo reintegrarlo, por lo que quedo inmediatamente descartado. También pensó golpearlo hasta cansarse, cosa que la motivó y sabía que lo iba a disfrutar mucho aunque no estaba dispuesta a traer las nalgas ardidas por la segura reprimenda que le darían sus papás.

La mejor decisión que pudo haber tomado fue secuestrarlo ella misma. Su razonamiento fue que, si Daniel estaba ya tomado mentalmente por seres tan superiores que no los podía ver, ella podría regresarlo por el mismo sometimiento y de forma física. Plan perfecto.

Ya iba muy quietecita-pies-puntillas por el jardín de su casa acompañada con cuerdas y cinta canela para taparle la boca a su hermano por si pedía ayuda a sus nuevos amos, cuando de repente Daniel salió al paso y le pidió que lo ayudara. Acorralada por la inesperada reacción, Sonia accedió sin chistar.

Una vez que el pequeño la llevó al árbol donde se encuentra su casita o el club alienígena, él le ofreció ayuda para subir parte del equipo para su secuestro. Ella, sintiéndose apañada en su lúgubre maquinación, se tiró a la desentendida y le argumentó que eso lo iba a usar para armar un… “carrito”. Daniel la corrigió: “es necesario subir las cuerdas y la cinta”.

Intrigada no lo pudo contrariar, se sentía parte del juego y eso era lo que precisamente quería. Ya trepados, él le pidió que lo amarrara. Sonia se asustó, era como si le hubiera leído la mente. “¿Qué?, ¿de qué hablas?, ¿por qué quieres que te amarre?”. Daniel, muy calmado le contestó que era momento de partir.

Sonia harta y más asustada que nunca, comenzó a sacudir fuertemente a su hermano y entre gimoteos le increpó que se dejara de tarugadas, que ya no era gracioso. Su hermano le prometió que, si lo ayudaba y hacía todo lo que le pidiera, sería la última vez que jugarían al contacto sideral.

Ella vio cómo sus grandes ojos café decían la verdad pero con una mueca que no lograba distinguir, aun así decidió apoyarlo. “¿Dónde quieres que te amarre?”.

Una vez sujeto de pies y brazos de la tabla principal y que servía como piso de la casita, Daniel le urgió para que le tapara la boca con la cinta canela y saliera corriendo a la casa y que, pasara lo que pasara, no regresara. Sonia le dijo que estaba loco “quién te va a desamarrar para la hora de la cena”, la verdad es que no quería dejarlo solo ni un segundo, como siempre. “Ehhh, bueno, tápame la boca y regresa justo con mamá comience a preguntar por mí, pero apresúrate”.

La niña cogió lentamente la cinta y comenzó a cortar pedazos poco a poco. De pronto se dio cuenta que el cielo estaba cerrado, oscuro. Cada segundo que pasaba el niño estaba más nervioso: “¡tápame la boca y vete!”. -¡Chitón!- ordenó Sonia, que se asomó entre las tablas que fungían como techo para ver entre las nubes grises un nubarrón inmenso y negro justo arriba del árbol. No estaba segura pero le pareció que nunca había visto una nube como ésa, su forma era demasiado circular pero las hojas no le permitían ver bien. Comenzó a inquietarse al momento que una rama le rasgó el cachete.

“¡Vete, vete, ya… lárgate!”, enardecido le ordenaba el niño a su hermana, la cual decidió taparle la boca porque sus gritos la estaban mareando junto a todo lo que sucedía en rededor. A lo lejos, algunos relámpagos enmarcaron aquel repentino y caótico cuadro. La lluvia arreciaba al igual que el viento y los truenos, todo en un mismo instante, dejando a Sonia con los sentidos obturados. El sonido torrencial, el estruendo de los rayos que se acercaban cada vez más y el intenso ulular ya no le permitían oír. De la intensidad del viento y agua apenas podía ser capaz de mantener los ojos abiertos para ver con la repentina luminiscencia producida por los relámpagos, cómo Daniel la veía con cara de pena, como si sintiera una inmensa lástima por ella.

De pronto una intensa luz blanca cubrió todo. Silencio absoluto. Nada.

Sonia no sabe cuánto tiempo pasó, pero cuando pudo empezar a distinguir formas, movimiento y sonidos, entre escuchó voces que discutían sobre qué estaban haciendo los niños trepados en aquel árbol en plena tormenta, y porqué estaba amarrado Dany de aquella manera, “una tragedia” dijo una de esas voces.

La pequeña alcanzó a percibir, como si estuviera entre sueños, que se encontraba en la cama de en un cuarto de hospital y que sus abuelos paternos, vestidos de negro, estaban a su lado izquierdo. Apenas la fuerza le dio para articular palabras, y con la boca seca preguntó por sus papás. Su abuela Chela le agarró la mano, empezó a acariciarla y le dijo que descansara, que todo iba a estar bien.

La niña no se sosegó con esa respuesta y comenzó a exaltarse a pesar de que se veía débil. Insistió tanto que la anciana le contó que habían ido con Daniel, “él está” -su voz empezó a delatar nerviosismo-. “Mi hermano ya no está con nosotros”. Volteó al lado derecho y cerró los ojos.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Ha ,ha, ja!!!!
por fin te decidiste de nueva cuenta a contar historias........ felicidades!!!!

Muchas mas de estas!!!!


"One theory which can no longer be taken very seriously is that UFOs are interstellar spaceships."
- Arthur C. Clarke

AMEN!!!

12:03 p.m.  

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