martes, noviembre 22, 2005

Las decisiones de José.

Hace aproximadamente 12 años, estaba sentado en una oficina con olor a burocracia en el CERESO de Morelia. Un señor con traje añejo y peinado de tía abuela, me hacia preguntas estúpidas sobre un individuo que yo conocía.

Yo contestaba todo lo que me preguntaba sobre la honorabilidad de esta persona, alabando de forma excelsa su ética ciudadana. No entiendo cómo piden declarar sobre una presunto culpable, siendo que los declarantes vamos ahí gracias a la petición de los susodichos infractores. En este caso el de un amigo entrañable. Por eso, es absurdo testificar, ni las autoridades esperan a que digamos que son unos hijos de puta. Puro trámite.

Pues ahí estaba, levantando una vez más las caquitas de mi amigo de toda la vida, que tuvo a mal cometer una cadena de pésimas decisiones en un lapso demasiado corto, las cuales lo recluyeron por varios días en esta cárcel.

José había ido a esta ciudad a ayudar a un hermano que tenía un restaurante ubicado dentro de la feria anual de la ciudad. Basta decir que en fechas de feria, media Morelia está enfiestada. Mi gran amigo era un de sus principales protagonistas.

En el calor del desenfreno, José se pasó un semáforo en rojo, cometiendo su primer error y por mucho el menos grave. Pero ¿quién no se ha pasado un semáforo? Por favor. El problema fue que ahí comenzó a ponerse la cosa truculenta y él no supo decidir cuándo parar.

El segundo error no puedo definirlo como tal, sino como un infortunio. Al cruzar la calle en el momento prohibido, José embistió con su auto a un colectivo lleno de pasajeros. Hubo heridos y a una mujer tuvieron que llevarla al hospital con collarín y muchas lágrimas. La situación ya era crítica y aún así empeoró.

Después de la colisión, José trató de darse a la fuga. La más funesta de las decisiones.

La gente ahí reunida por el morbo de la ocasión, no soportó que un chilango irresponsable ocasionara problemas en su ciudad y que además quisiera huir descaradamente. Por eso sólo lo pudieron detener porque antes de que comenzar a lincharlo, llegaron a salvarlo unos policías que nada más lo sometieron a punta de excesivos chingadazos.

Así era la vida de José por esos años, con muchísimas más penas que glorias y haciendo todo lo posible para que su futuro se viera más oscuro y sórdido. Por eso, estaba evocando su época de presidiario -tienen sus huellas digitales registradas y toda la cosa-; que al paso del tiempo, se convirtió en una divertida anécdota de gamberra juventud.

José, que en ese entonces ni siquiera sabía que carajos iba a ser de su ser, ahora está estudiando en el extranjero -becado- un doctorado en energías renovables basada en el hidrógeno. No sé exactamente en qué momento comenzó a cambiar su vida, pero me queda claro que fue decisión suya y de nadie más.

Ahora que lo visitaré para navidades, sólo espero que no nos demos cuerda como antaño y hagamos los suficientes desmanes que nos lleve a recordar las sabias palabras de su madre: “Ah, pero que manera tan estúpida de vivir”.

1 Comments:

Blogger Bato said...

Justamente hace un par de semanas reocordé la anecdota, ya que tuve un acercamiento con la empresa más grande de esa zona, y una posibilidad de trabajar allá. Es curioso como gira la vida, pero a fin de cuentas, la fuerza interna siempre ha estado presente, especialmente en algunos. Que se ha necesitado de un poco de "desfuegue" de energía, innegable. Es más, creo que falta todavía un poco. José, Pirata: Salud!

8:27 a.m.  

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