miércoles, diciembre 14, 2005

Abuelito, dime tú.

Es incontrolable y a todos nos pasa, pero no deja de sorprenderme como el físico me va cambiando. Hasta hace unos años, mi pelo era vasto de color negro y no tenía tantas bolsas en los ojos. Antes podía comer todo lo que me venía en gana, ahora mido las porciones y trato de no ingerir carne roja.

No fumo desde hace décadas.

Y aun así se me sigue arrugando la piel donde ya estaba arrugada, y las manchas de la cara y manos incrementan y oscurecen cada vez más. Creo que ya no voy a cambiar demasiado, pero eso pensé antes de que se me cayeran los dientes de enfrente y podía caminar sin necesidad de bastón.

Mucha gente piensa que es una bendición tener la mente lúcida a mi edad. Yo comienzo a dudarlo porque es lo único que no ha envejecido, por lo que lo demás es ya una carga.

Todos sabemos lo que nos va a pasar, pero a diferencia, tengo claro que para mí eso está cerca. Y a pesar de ser un quejumbroso con todo y todos, no me preocupa la muerte porque he vivido casi como he querido.

Lo único que en verdad no soporto, es causarles ternura a esas jovencitas amigas de mis nietas. Si conocieran mis pensamientos me tendrían miedo, pero lo único que se me para cuando se me acercan es el bello de los brazos. Cuando pasan a saludarme, sólo les digo cosas lindas como “qué bonitas niñas” o “mi´jitas, siempre tan simpáticas”. Perras, si supieran.

Los que comienzan a sospechar de mi, son mi hija y su esposo. Después de meses quejándose a la compañia teléfonica de llamadas no hechas, ahora vigilan más mis movimientos, por lo que tengo que ingeniármelas para acercarme al aparato sin que se den cuenta. Todavía tengo alguna ventaja sobre ellos. Sé que aunque tengan pruebas, no se atreverán a preguntarme sobre las extrañas llamadas a esos números donde amables señoritas del amor, consuelan por unos minutos la perspicaz mente de este pobre anciano. Se ponen roñosos por unos insignificantes pesos, pero eso sí, ahora mi hija no se acuerda quién le pagó la universidad. Ingrata.

Y si se trata de fingir demencia, soy un expertazo. Lo que mejor me sale es el sordo. Sobre todo cuando viene la novia de mi nieto y se van a “ver la tele”. Después de un rato de haber prendido el televisor, ella comienza poco a poco a subir el tono de sus alucinantes jadeos, y siento que por fin se me va a parar, pero el corazón. Hija de su madre, no había escuchado ese resuello ni en mis mocedades. Lo más curioso es que, cuando están a mitad de lo suyo, ella se acuerda de mí al preguntarle a mi nieto si no hay problema conmigo. Mi Pedrito siempre le responde que oigo tan bien como la puerta. Je, je, je, je. Ah, si tan sólo fuera bueno conmigo y me permitiera ver aunque sea un poquito de eso que le provoca tantos aullidos de placer a su hermosa noviecita. Pero nada más al intentar pararme de mi viejo sillón, hago más ruido que un gato con cascabel. De todas maneras, nunca me voy a poner frente a ellos y pedirles que sigan con su espectáculo. Aunque ganas no me faltan.

A pesar de que todavía sigo teniendo una imaginación muy activa, no puedo defraudar la imagen que tienen mis nietos de mí. Ni modo, quién iba a pensar que iba acabar siendo lo que soy. Un chocho y lindo abuelo.

1 Comments:

Blogger simalme said...

Qué bueno, qué bueno...Originalísimo, real e irónico.

2:04 p.m.  

Publicar un comentario

<< Home