Raphael
A diferencia del Divo de Linares, este Raphael es un hombre que no llegó para quedarse. De hecho, le ha costado mucho dejar algún remanso de recuerdo por donde pasa -si es que en algún momento le interesó hacerlo- gracias a su talento por pasar desapercibido, logrando navegar en el mar de su existencia con mucho más pena que gloria. Y como a la pena conviene hundirla por lo triste de su naturaleza, él se ha dejado naufragar junto con ella.
Por eso, Raphael decidió desde hace algún tiempo dedicarse al marginal oficio de la indigencia. Todos los días deambulaba entre las calles provocando el mismo interés que una sombra. Se mimetizó tanto en el paisaje que logró desaparecer por días, reapareciendo más sucio y demacrado que antes. Y aun así nadie se daba cuenta de su mísera presencia.
Entre las penumbras, libre hasta de él a falta de reclamo, Raphael logró desarrollar su talento al extremo. Era tal su menesteroso compromiso, que su nivel llegó a compararse con los que han sido capaces de arriesgar su vida con tal de hacer lo que nadie, como Neil Armstrong o el Increíble Profesor Zobek. Así de insuperable es Raphael.
Hace poco lo encontré caminando y balbuceando como un iluminado. Parecía un asceta, mejor aún, un faquir que camina entre carbones y vidrios rotos; pero a diferencia, Raphael caminaba entre los autos del periférico. Y justo en ese lugar, la persona que había pasado desapercibido toda su vida, por fin era contemplado por todos los que no querían verlo por la incomodidad que causaba.
Paradójicamente el día que dejó de ser invisible para los demás, fue la última vez que lo vi. A veces creo reconocerlo en otros espectros de la calle; sólo los villamelones en las penurias del olvido, los que no acaban de decidir ser libres por completo sin importar las consecuencias, son los que mayores diferencias tienen con mi tocayo.
A los que les he seguido los pasos en sus ascendentes carreras son a Michael, Tania y Fausto. Al igual que Raphael, arriesgué, con todo respeto, bautizarlos artísticamente para ubicarlos, ya que sus nombres reales nunca los supe y ellos han comenzado a olvidarlos.
Por eso, Raphael decidió desde hace algún tiempo dedicarse al marginal oficio de la indigencia. Todos los días deambulaba entre las calles provocando el mismo interés que una sombra. Se mimetizó tanto en el paisaje que logró desaparecer por días, reapareciendo más sucio y demacrado que antes. Y aun así nadie se daba cuenta de su mísera presencia.
Entre las penumbras, libre hasta de él a falta de reclamo, Raphael logró desarrollar su talento al extremo. Era tal su menesteroso compromiso, que su nivel llegó a compararse con los que han sido capaces de arriesgar su vida con tal de hacer lo que nadie, como Neil Armstrong o el Increíble Profesor Zobek. Así de insuperable es Raphael.
Hace poco lo encontré caminando y balbuceando como un iluminado. Parecía un asceta, mejor aún, un faquir que camina entre carbones y vidrios rotos; pero a diferencia, Raphael caminaba entre los autos del periférico. Y justo en ese lugar, la persona que había pasado desapercibido toda su vida, por fin era contemplado por todos los que no querían verlo por la incomodidad que causaba.
Paradójicamente el día que dejó de ser invisible para los demás, fue la última vez que lo vi. A veces creo reconocerlo en otros espectros de la calle; sólo los villamelones en las penurias del olvido, los que no acaban de decidir ser libres por completo sin importar las consecuencias, son los que mayores diferencias tienen con mi tocayo.
A los que les he seguido los pasos en sus ascendentes carreras son a Michael, Tania y Fausto. Al igual que Raphael, arriesgué, con todo respeto, bautizarlos artísticamente para ubicarlos, ya que sus nombres reales nunca los supe y ellos han comenzado a olvidarlos.
1 Comments:
no has querido nunca ser uno de ellos? Yo si.
saludos
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