viernes, enero 18, 2008

Cinco y medio.

Desde la época donde el tiempo no era relativo y sí muy puntual, cuando si llegabas 10 minutos tarde no te dejaban entrar a clase, o las largas cátedras hacían que una hora pareciera una burlona pausa cósmica en la energía de un mancebo, así como la espera de calificaciones o vacaciones hacían eternos los días, semanas y meses; pues desde esa época no era primicia para mí medir el paso del tiempo como ahora. Y a diferencia de esa etapa universitaria, ahora el tiempo se va como agua en tierra seca.

Apenas son cinco meses y medio y todavía no me recupero del “te tengo un regalito”, ni mucho menos de la extensión corporal a la altura del estómago de ese cuerpo que tanto me gusta y me hacía pensar hasta hace poco en todo lo lúdico y retorcido que puedo llegar a ser. Ahora sólo me remite y confronta a responsabilidades totales y a lo que seré por siempre.

Dicen que a los hombres -más la primera vez- nos cuesta mucho asumir el hecho que nuestra pareja esté embarazada. Yo no soy la excepción, pero ya me había preguntado cómo sería ese proceso: la espera, el momento de nacer y por supuesto, mi desarrollo como cuidador y educador de otro ser humano, el cual estará expuesto al humor, la sensatez o insensatez y presiones diarias a las que su mamá y yo estaremos sometidos.

Día a día estoy tratando de disponer lo mejor de mi buen juicio y enfoque para no darle la oportunidad al destino a que haga lo suyo y que mi mujer acabe odiándome por desconsiderado. Es verdad, las mujeres embarazadas creen que son las únicas en su condición del planeta. O peor aún, que mi bebé sea educado por sus abuelas, tías, tíos, muchacha de servicio o las cuidadoras de la guardería si bien nos va. Quiero y espero que su mamá y yo seamos quienes le transmitamos lo que creemos que vale la pena en esta vida a Fabio.

Sí, desde hace unos días sabemos que es niño y decidimos llamarlo así en honor a su madre Fabiola, y no a ese retrosexual* actor italiano que a base de repetidos comentarios parecidos a “como ese guapo actor italiano de larga y rubia melena, ¿no?”, que muchos amigos y sobre todo amigas de la generación ochentas tuvieron a mal recordarme.

Pero bueno, para no ahondar en el tema de actores italianos de larga y rubia melena, tenemos entrenada la explicación corta desde hace unas semanas. También desde hace unas semanas por las noches –cuando todavía nuestro hijo no había desarrollado la capacidad de escuchar-, Fabiola ha colocado en su vientre unos audífonos conectados al ipod, escoge el fólder “Fabio” y aprieta play. Al principio, por las vibraciones, nuestro retoño se retorcía como cuando su madre come chocolates o algo con mucha azúcar. Con el paso de los días el pequeño comienza a percibir sonidos y ahora poco a poco y dependiendo de la canción se va quedando pian, pianito, inamovible. O al contrario, parece prenderse desde las entrañas de su mamá.

Le hemos seleccionado una mezcla musical con canciones de cuna como la clásica de Brahms, algo muy tranquilo como “Rainsong” de George Winston o “Stay out of Trouble” de King of Conveniente, pasando por la increíble “Lullaby” de Jack Johnson, además de que no podían faltar el chill out de Chicane con “No Ordinary Morning”, “Remembrance” de Caia y “She Woolf Daydreaming” de Kid Loco. En esta selección incluimos hasta canciones como “One Love” de Bob Marley. De verdad, la música de este señor le puede llegar a las personas incluso antes de nacer.

Ponerle música a mi hijo no nato es darle una introducción de lo que puede ser este mundo, es comenzar a adecuarlo de una buena manera para su próxima participación en la vida, la cual, todos sabemos, puede ser una verdadera monserga si no se está bien preparado. Aunque claro, infinidad de veces aunque lo estés.

En mi caso, mis padres escuchaban mucha música por lo que crecí entre canciones de Cri-Cri para el gusto de mis hermanos y el mío. Pero incluso antes de que sus hijos nacieran, en casa sonaba a buen volumen The Beatles gracias a mi madre y música clásica por mi padre. Las sinfonías de Beethoven, ahora que lo pienso, siempre me han parecido sonidos eternos y naturales como es el correr del aire o agua, así como la lluvia al caer. Tal vez sea porque los escuché desde siempre.

La música por el momento me hace pensar que estoy haciendo las cosas bien. Los "machos" en esta etapa del embarazo no podemos hacer mucho, por más que queramos. Sólo podemos estar atentos en nuestras parejas, tratar de darles más cariños y aguantar vara. Además de tomarle fotos al desarrollo de mi mujer y tratar de ampliar el repertorio musical para Fabio, en este momento soy tan útil como mi apéndice.

Son 5 meses y medio, a veces creo que se han ido demasiado rápido, pero a la vez quisiera que ya naciera mi bebé. Ahora, cuando lo pienso, imploro para que el tiempo sea tan largo como en las clases de “Calidad Total”, para atrasar el cambio que viviremos, el cual me provoca una lógica angustia. Como sea, a diferencia de la etapa de estudiante, esta prueba, la de ser padre, espero tener una humilde aprobación día con día y sin muchas glorias, pero tampoco sin irme a extraordinario. Porque acá no los hay.
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* En la década de los ochentas había algo parecido a los metrosexuales, pero por ser muy escasos como este mentado Fabio, los medios no los agrupó y bautizó, pero a falta de mejor descripción creo que el mejor término es retrosexual, en consideración a que en el presente se les denomina metrosexuales.

jueves, octubre 04, 2007

Los hermanos Sonia y Daniel

El juego es la manera de adquirir experiencia y conocimiento en la etapa infantil, casi después de comer es lo más importante. Ahí los cachorros humanos aprendemos a socializar y principalmente a conocer hasta dónde podemos llegar. ¿Acaso no fue en esta etapa cuando Carlos Salinas de Gortari despachó a su hermano? Claro, también el Peje hizo lo mismo con el suyo y en ambos casos fue sin querer o eso dicen. Los límites se conocen al jugar cuando uno es un infante.

Sonia y su hermano Daniel, como niños provenientes de suburbios clasemedieros tienen una imaginación espabilada y repleta de referencias naturales. Perros, gatos y sapos en temporadas de lluvia suelen ser parte de los instrumentos para condimentar sus aventuras.

Durante los últimos días se les había visto ocupados en un nuevo proyecto. Como millones de niños antes, durante y seguramente después, han construido con maderas, mecates y lo que se deje para tal hecho, una casita en un árbol que está en el parque comunitario y a unos cuantos metros de su casa. La idea surgió de Sonia de diez años, que es la que propone en principio todos los juegos, pero es Daniel de ocho y medio, el que decide las últimas consecuencias.

Si la pequeña plantea ir a explorar los lotes baldíos de atrás de su casa, Daniel entusiasmado ve en ello una expedición a una jungla donde el menor ruido puede ser un peligro de efectos nefastos y permanentes. Si en ese viaje atraviesan por un nido de hormigas, el pequeño resuelve que es el hogar de los nativos del lugar y que deben respetar, en cambio, si se topan con un perro callejero, Daniel con un controlado temor va en persecución de aquel terrible depredador aunque siempre acabe apiadándose de él. Qué decir si se encuentran con una rata. Ahí la cosa sí se pone violenta.

Sonia, sin poder disuadir a Daniel a que ya jueguen a otra cosa, acaba secundándolo para protegerlo pero invariablemente se sumerge hasta las cachas en sus fantasías. La lucubración del niño es la que les ha permitido descubrir su propia idea del mundo. La que ha provocado que la casita del árbol haya pasado de eso mismo a un observatorio astronómico para posicionarse finalmente como base de contacto extraterrestre.

Al parecer esta ha sido la máxima aventura del hermanito de Sonia, que desde que se percató de las posibilidades de contacto con seres de otros planetas no hace otra cosa que pensar en ello. Daniel ha descubierto con esto las preguntas que han obsesionado al hombre por miles de años: “si hay seres de otros mundos, entonces ¿de dónde venimos nosotros, quién nos puso aquí y por qué razón? Ocho años puede ser poco, pero el juego le ha otorgado al pequeño interrogantes que le angustian.

Con el paso de los días, su obcecación lo ha puesto poco a poco en estado preocupante. Sonia nunca lo había visto así ya que todo el tiempo lo pasa en la casa del árbol, no quiere bajar y hasta lo ha encontrado ahí dormido en horas que el niño ocupaba para corretear animales, recorren miles de kilómetros montado en su supertronco o librar batallas contra el Ejército Revolucionario de lagartijas rastreras.

Ella le ha dicho que la casita del árbol se ha vuelto un juego aburrido y que es mejor hacer otra cosa, lo que sea. Pero ésta es la primera vez que Daniel no la secunda, rompiendo una regla nunca mencionada pero intrínseca entre ellos. Como todas las que hay entre hermanos pequeños y unidos.

Esa situación ha hundido a la chiquilla, está inconsolable y no sabe ni qué hacer para que su hermano se interese otra vez en sus juegos. Se siente traicionada y todo por culpa de los malditos marcianos, que parece le han abducido la voluntad a su hermanito.

No tuvo que pensarlo demasiado, ha decidido recuperarlo del sometimiento esclavizante de los seres del espacio exterior. Son varias las ideas que se le han ocurrido, que van desde darle una descarga de electricidad por medio de un cable como cuando Carmela su mamá conectó (mal) la lámpara de la cocina; hipnotizarlo con sus superpoderes, pero siendo sincera, no creía que aquella idea se comparara con los poderes de los alienígenas. También pensó dispararle con su pistola desintegradota, lo malo es que no sabía cómo reintegrarlo, por lo que quedo inmediatamente descartado. También pensó golpearlo hasta cansarse, cosa que la motivó y sabía que lo iba a disfrutar mucho aunque no estaba dispuesta a traer las nalgas ardidas por la segura reprimenda que le darían sus papás.

La mejor decisión que pudo haber tomado fue secuestrarlo ella misma. Su razonamiento fue que, si Daniel estaba ya tomado mentalmente por seres tan superiores que no los podía ver, ella podría regresarlo por el mismo sometimiento y de forma física. Plan perfecto.

Ya iba muy quietecita-pies-puntillas por el jardín de su casa acompañada con cuerdas y cinta canela para taparle la boca a su hermano por si pedía ayuda a sus nuevos amos, cuando de repente Daniel salió al paso y le pidió que lo ayudara. Acorralada por la inesperada reacción, Sonia accedió sin chistar.

Una vez que el pequeño la llevó al árbol donde se encuentra su casita o el club alienígena, él le ofreció ayuda para subir parte del equipo para su secuestro. Ella, sintiéndose apañada en su lúgubre maquinación, se tiró a la desentendida y le argumentó que eso lo iba a usar para armar un… “carrito”. Daniel la corrigió: “es necesario subir las cuerdas y la cinta”.

Intrigada no lo pudo contrariar, se sentía parte del juego y eso era lo que precisamente quería. Ya trepados, él le pidió que lo amarrara. Sonia se asustó, era como si le hubiera leído la mente. “¿Qué?, ¿de qué hablas?, ¿por qué quieres que te amarre?”. Daniel, muy calmado le contestó que era momento de partir.

Sonia harta y más asustada que nunca, comenzó a sacudir fuertemente a su hermano y entre gimoteos le increpó que se dejara de tarugadas, que ya no era gracioso. Su hermano le prometió que, si lo ayudaba y hacía todo lo que le pidiera, sería la última vez que jugarían al contacto sideral.

Ella vio cómo sus grandes ojos café decían la verdad pero con una mueca que no lograba distinguir, aun así decidió apoyarlo. “¿Dónde quieres que te amarre?”.

Una vez sujeto de pies y brazos de la tabla principal y que servía como piso de la casita, Daniel le urgió para que le tapara la boca con la cinta canela y saliera corriendo a la casa y que, pasara lo que pasara, no regresara. Sonia le dijo que estaba loco “quién te va a desamarrar para la hora de la cena”, la verdad es que no quería dejarlo solo ni un segundo, como siempre. “Ehhh, bueno, tápame la boca y regresa justo con mamá comience a preguntar por mí, pero apresúrate”.

La niña cogió lentamente la cinta y comenzó a cortar pedazos poco a poco. De pronto se dio cuenta que el cielo estaba cerrado, oscuro. Cada segundo que pasaba el niño estaba más nervioso: “¡tápame la boca y vete!”. -¡Chitón!- ordenó Sonia, que se asomó entre las tablas que fungían como techo para ver entre las nubes grises un nubarrón inmenso y negro justo arriba del árbol. No estaba segura pero le pareció que nunca había visto una nube como ésa, su forma era demasiado circular pero las hojas no le permitían ver bien. Comenzó a inquietarse al momento que una rama le rasgó el cachete.

“¡Vete, vete, ya… lárgate!”, enardecido le ordenaba el niño a su hermana, la cual decidió taparle la boca porque sus gritos la estaban mareando junto a todo lo que sucedía en rededor. A lo lejos, algunos relámpagos enmarcaron aquel repentino y caótico cuadro. La lluvia arreciaba al igual que el viento y los truenos, todo en un mismo instante, dejando a Sonia con los sentidos obturados. El sonido torrencial, el estruendo de los rayos que se acercaban cada vez más y el intenso ulular ya no le permitían oír. De la intensidad del viento y agua apenas podía ser capaz de mantener los ojos abiertos para ver con la repentina luminiscencia producida por los relámpagos, cómo Daniel la veía con cara de pena, como si sintiera una inmensa lástima por ella.

De pronto una intensa luz blanca cubrió todo. Silencio absoluto. Nada.

Sonia no sabe cuánto tiempo pasó, pero cuando pudo empezar a distinguir formas, movimiento y sonidos, entre escuchó voces que discutían sobre qué estaban haciendo los niños trepados en aquel árbol en plena tormenta, y porqué estaba amarrado Dany de aquella manera, “una tragedia” dijo una de esas voces.

La pequeña alcanzó a percibir, como si estuviera entre sueños, que se encontraba en la cama de en un cuarto de hospital y que sus abuelos paternos, vestidos de negro, estaban a su lado izquierdo. Apenas la fuerza le dio para articular palabras, y con la boca seca preguntó por sus papás. Su abuela Chela le agarró la mano, empezó a acariciarla y le dijo que descansara, que todo iba a estar bien.

La niña no se sosegó con esa respuesta y comenzó a exaltarse a pesar de que se veía débil. Insistió tanto que la anciana le contó que habían ido con Daniel, “él está” -su voz empezó a delatar nerviosismo-. “Mi hermano ya no está con nosotros”. Volteó al lado derecho y cerró los ojos.

viernes, abril 27, 2007

Dios salve a la Reina.

Como cualquier día por la noche entre semana, Miriam ha tomado rumbo hacia la aventura urbana en busca de semental que liquide su gran apetencia sexual. Para ella es fácil encontrar garañón después de años de especializarse en la disciplina de la seducción, además su condición natural no se ha visto menguada por el paso del tiempo, al contrario, esta jugosa hembra de 42 años cree estar en su mejor momento. Miriam Arjona esta noche quiere guerra y no se va a conformar con sólo un macho. Sabe que su atractivo es considerado por todos los hombres en capacidad reproductiva y quiere sacarle jugo. Nunca mejor dicho.

Por más de una hora ha conducido su coche y por fin se ha decidido por el “Le Club Célibataire”, antro donde se congregan viudos, divorciados, casados y alguno que otro joven ganoso de satisfacer alguna fantasía Edipesca. Miriam quiere medir fuerzas, en ese establecimiento la competencia es más dura porque las jovenzuelas son cada vez más descaradas y muchas veces los hombres se van por lo más fácil. –Sólo les falta cobrar- se lamenta Miriam, pero confiada en sus talentos se dirige hacia la puerta donde Hugo el cadenero se inclina para darle paso como la reina que es. Con un ondulante y bien proporcionado manejo de caderas, se pasea por el hall sin voltear a ver a nadie hasta llegar a su meta, la barra. Toma asiento y se gira para poder por fin ver a todos los mortales ahí presentes.

Los músicos no ha dejado de tocar “Vereda Tropical”, dando constancia que no ha habido un lapso entre que ella entró y se sentó, ya que la concurrencia se ha quedado congelada hasta que fue desencantada por la mirada de Miriam. Ella, acostumbrada a concentrar los ojos sórdidos encima de su curvilínea masa lo toma como lo que es. Normal.

Miriam esta noche se siente especialmente candente, el bochorno en torno suyo la ha puesto más cachonda y eso aviva su vestido blanco ajustado a la altura de los pechos. Su notoria situación densa el ambiente, pareciera que en el lugar no hay hembra más que ella.

Los hombres parecen depredadores ante una presa nunca antes vista. No se atreven a atacar. De hecho, no saben que en realidad ellos son la caza, pero vamos, los sementales creen tener siempre el control en cuestiones carnales. Esa es su perdición. Sabia conocedora de esto, Miriam, cual lobo en piel de oveja, ha tomado una postura sumisa, de esas que envalentonan hasta el más mísero macho cuando se combina con alcohol.

Unos cuantos chacales se han acercado, la ven pero de inmediato voltean a otro lado cuando están a punto de cruzar con su mirada. De entre ese cúmulo de desperdicios, Miriam a divisado un candidato que además de tener la suficiente confianza para observarla fijamente, parece tener un interés más allá que el simple y llano acostón de una noche. Eso la intimida al no poder descifrar sus intensiones, pero también encontrando excitación en lo desconocido, decide que él será su objetivo.

Las miradas se hacen más frecuentes entre el desconocido y Miriam hasta el punto que ella no escucha las peticiones y sugerencias de los carnívoros que han decidido por fin acosarla. Se ha formado un vínculo con el fondo musical de “Tu voz”, que hiciera famosa la Sonora Matancera con Celia Cruz.

Él comienza acercarse mientras los lastres asediadores que han notado su presencia huyen cual hienas a la imposición del león para robarles su presa.

Están frente a frente. Ella no sabe qué decir, este personaje es alto y delgado, demasiado blanco para su gusto pero ejerce una atracción que hacía mucho no sentía, de hecho ha olvidado cuándo fue la última vez que se sintió intimidada por un hombre. Él en cambio usando un tono pausado le dice: “Así que tú eres la Gran Lady de esté lugar”.

Miriam trata de recuperarse de la impresión y sin pensar demasiado instintivamente contesta “Pídeme un trago de lo que estás tomando”. “No bebo”, contesta él. Ella comienza a agarrar confianza “¿Qué haces entonces?”. “Sa-bo-re-o mi ce-na”, cada sílaba es pronunciada con una sensual cadencia que para Miriam es como la canción del ave macho que invita a la hembra a aparearse. “Ella le dice Vámonos de aquí, está muy aburrido”.

Al pasar frente a la concurrencia, podemos notar a las rémoras tras las mesas que miran con odio y respeto a la espectacular pareja que ha partido plaza para desplazarse hacia la puerta. Al salir del “Le Club Célibataire” ella no aguanta más y lo besa con tantas ganas que le saca sangre. Él sonríe y chupa con su lengua el fluido colorado que se esparce por la comisura derecha de sus labios. La mira fijamente con sus brillantes ojos y le dice. “Espera”.

La toma de la mano y comienzan a caminar por la calles vacuas, donde el sonido ambiente es el desquiciado maullido de una gata en celo y más allá el ulular de patrullas y ladridos de perros salvajes. Se han acercado a una esquina de departamentos donde no sirve el farol. Él la toma de los hombros y la avienta a la oscura pared raspándole el hombro. “Maldito salvaje” piensa Miriam, excitándose más.

Él comienza a besarla con ternura a diferencia de ella, que trata de morderlo otra vez. “Quieta” le pide con gentileza. Los ojos de Miriam están encendidos, al igual que sus pezones que parecen reventar el vestido blanco. En la penumbra él apenas el los puede ver pero se abalanza sobre éstos. Comienza a chuparlos mientras aprieta con sus manos y ya sin delicadeza las dos enormes tetas.

Miriam grita de placer. Él prosigue y se desliza hacia abajo, alza su falda y sin más carne de por medio comienza a lamer afanosamente su vagina. Ella, la mar de contenta, suplica por más. Las lamidas cambian por fuertes succiones que involucran más que el clítoris, parece que quiere comerse la parte superior del chocho, por donde nace el vello de la pubis.

Dos, tres orgasmos en cuestión de minutos, ella está apunto de reventar pero él sigue. “Para, me estás dejando seca”, le pide con humildad. Él sin hacer caso continúa más clavado que en el principio. Miriam siente otro orgasmo, éste mucho menos fuerte, de hecho, se siente muy debilitada.

“Espera”, le dice. Él no para. Con las pocas fuerzas que le quedan, lo agarra del pelo con ambas ambos y lo jala para desprenderle la boca de su genitales “Te he dicho que ya”. Ella nota algo raro a pesar de las sombras. Hay una mancha oscura en el vestido y en la boca de su inagotable extractor.

Miriam está mareada, por lo que tarda unos segundos en entender que la mancha es su propia sangre. Su terror no se ve reflejado por la falta de fuerza, trata de incorporarse pero es demasiado tarde. Él la sujeta fuertemente de ambas nalgas y vuelve a clavar sus colmillos en los orificios que anteriormente había hecho arriba de los labios exteriores. Esta vez excluye las lamidas de clítoris.

Los gritos ahora son ahogados. El cuerpo han dejado de moverse. El líquido ha dejado de fluir. Él se levanta, saca un pañuelo de tela, lo pasa por su boca y eructa discretamente. Da media vuelta y camina para perderse en el follaje urbano.

El cuerpo seco de la indomable reina de la noche, Miriam Arjona, ha quedado tendido y abierto de piernas en la esquina de una calle perdida del Distrito Federal. Al día siguiente los diarios no hablarán de otra cosa sino del gran número de muertos por el crimen organizado y la recién aprobada reforma de ley que despenaliza el aborto.

miércoles, febrero 21, 2007

El Number One.

Mientras observaba en el espejo cómo el pliegue de su corbata mostraba una perfecta zanja y el pelo lacio bien engomado se aferraba a su cráneo, Gabriel se dijo: “Hoy es otro día para seguir demostrando quién es el mejor”. Así pues, salió de casa rumbo al trabajo.

Al llegar, sus compañeros para no variar, lo observaron de soslayo y sin ganas de conversar se voltearon para evitar cualquier tipo de contacto. No era desconocido para Gabriel que era visto como un bicho raro, pero no le prestaba atención a eso, pensaba que no iba a ese lugar a hacer amistades, sino a dar lo mejor de sí. Siendo de esa manera, de inmediato se ponía a acomodar en bolsas de plástico a una velocidad sorprendente y con un excelso orden el pan, las frutas, cereal, leche, latas o cualquier producto que los clientes de la Tienda ISSSTE de su comunidad se llevarían a sus casas.

A pesar de tener 14 años, Gabriel sabía muy bien cual es su lugar en el mundo y lo que quería en base a eso. Y como no podía jugar fútbol y demostrar sus dotes como pambolero ya que debía ayudar a sus padres a mantener a sus hermanos, pues trataba de hacer lo mejor posible en el lugar donde lo había puesto la vida.

Pero era ambicioso. Por el momento había demostrado quién mandaba en cuanto a guardar las compras en ese supermercado; sabía también que los demás estaban celosos de él ya que solía llevarse muy buenas propinas. Tanto que ya comenzaba a tener competencia, un tal Julián, “ese pequeño bastardo” que le había copiado hasta la forma de peinarse.

Julián, a diferencia de Gabriel, era popular entre los cerillos, tanto que se había corrido el rumor que le iban a ayudar a conseguir un puesto en el Walt-Mart Super Center. Cuando Gabriel escuchó esto por casualidad, no pudo controlarse y tuvo que salir corriendo al baño para que no se notara lo enrojecido que tenía la cara por el coraje. Eso significaba que el pequeño bastardo era mejor que él y por ende tenía más éxito, además que cumpliría primero su objetivo: trabajar en las grandes ligas y no un pinchurriento autoservicio de cuarta, como decía.

Su reacción inmediata fue trabajar más, pero entre más se esforzaba, menos le querían sus compañeros. Pero el trabajo duro tiene sus recompensas y el gerente del supermercado se dio cuenta y lo hizo coordinador de cerillos. Distinción que no agradeció porque eso significaba trabajo burocrático para designar nombres con horas y le quitaba tiempo para demostrar su talento como acomodador de las compras.

Además, justo en esa semana, Julián partió a trabajar al lugar que él deseaba con ahínco, donde los pasillos son largos y repletos, donde las cajas registradoras son ultramodernas y los compradores podían retirar dinero. Mientras él se quedaba en un super local, hundido en las miserias del proletariado tercermundista, mientras su nuevo antagonista gozaba de las mieles de la burguesía consumista perenne, que seguro compraban lo que no necesitaban y llenaban sus bolsas del súper con cualquier cantidad de refrescos, bolsas de comida congelada o en lata, verduras frescas, carne roja tan buena que le escurría la sangre, jabones, champús, pantalones, balones o juguetes. De esos que se ven impresionantes por complejos pero que no sabía cómo se jugaban porque al no conocer otra cosa que el trabajo duro, se restringió su imaginación infantil.

“Sí me ayudas con mis cosas mijo. – “Eh, sí, sí, cómo no, ya le guardo su mandado jefecita”. Gabriel no dejaba de pensar en Julián y lo bien que se la estaría pasando empaquetando todas esas fabulosas mercancías. Juraba que su archienemigo se había ligado hasta una cajera, de esas que no pelan a los invisibles cerillos pero qué bien les sonríen a los jefes de departamento.

“Maldito, yo soy mejor”. Dicho esto, salió de la Tienda ISSSTE y se dirigió rumbo al Walt-Mart que queda a 15 minutos en micro de ahí. Cuando llegó vestido con el uniforme de otra tienda, los mismos cerillos trataron de pararlo, pero él firme en su decisión se dirigió a la caja de al lado de Julián. Agarró varias bolsas y con la habilidad que lo caracterizaba, tendió siete de un solo movimiento con su mano derecha.

Julián, impresionado, supo que eso era un desafío y que no podía echarse para atrás. Calmó a sus compañeros, se arremangó, se ajustó la corbata y le dijo a Gabriel “cuando quieras”.

Comenzaron a llegar los compradores con los carritos cargados hasta las cachas, casualmente había sido quincena. Uno a uno los dos dotados mostraron su rapidez, destreza y conocimiento de los productos: frutas en una bolsa, hasta abajo las más duras y pesadas como papayas o sandías, hasta arriba lo más ligero y frágil como manzanas o plátanos; en otra, garrafones de plástico con blanqueadores, suavizantes o detergentes. Sabían a la perfección cómo ahorrar bolsas y el orden en que debían ser guardados todos los productos, dando un cuidado especial al pan de caja o de la panadería.

Julián y Gabriel estaban dando cátedra de su profesión y era tan encarnizado el encuentro que los mismos compañeros se arremolinaron entre la caja 20 y 21. Hasta los clientes se enfocaron en hacer fila sólo en esas dos cajas, olvidando hasta las rápidas, que por único día se encontraban desoladas.

Las cajeras divertidas y un poco exhaustas, reconocieron el trabajo de estos dos campeones y trataron de no defraudarlos haciendo su trabajo más rápido. Pero después de tres horas, Julián ya mostraba signos de derrota, pero los gritos de apoyo de sus compañeros alargaron su suerte por media hora más, cuando por fin se desplomó jalando encima de él una bolsa llena con recipientes colmados de cerdo con verdolagas.

Gabriel había triunfado. Esa tarde recibió elogios de los cerillos que reconocían su tremendo talento y esfuerzo, de los clientes y de su mancuerna, la cajera Anita, que le aplaudía más que nadie pero que quedó petrificada cuando Gabriel le acomodó tremendo beso con todo y lengüita frente al asombro de todos.

No es de imaginar que Gabriel inmediatamente recibió una oferta de trabajo por parte del Gerente del fastuoso Walt-Mart Super Center, pero él no escuchaba, no entendía, estaba tan exhausto o más que Julián. Sólo pensaba que ese día lo recordaría como el mejor de toda su vida.

lunes, noviembre 27, 2006

El abandono.

En este mundo matraca hay muchas formas por más conocidas de renuncia. Es parte de nuestro quehacer diario, tanto que no nos damos cuenta cuando de pronto dejamos al desamparo un libro, un pasatiempo o un idea acariciada.

Qué decir de amigos. Hace unos días iba por la calle muy campante cuando de pronto escuché mi nombre, di vuelta y me crucé con una cara conocida pero sin reconocer con exactitud de dónde; mientras me acercaba pude identificarla, pero antes de decirle algo a esta persona a la que no veía como desde hace cinco años, él exclamó “!pero cómo te han salido canas!”.

Con el paso de los años mucha gente inconcientemente se olvida de nosotros, y desde luego uno hace lo mismo con otros tantos. Mantener contacto con todos los que han pasado por nuestra vida es imposible y muchas veces indeseable.

Y qué decir a las personas que debemos dejar, olvidar. Sin duda son muy pocas, pero siempre hay alguien.

Abandonar a un ser querido por salud mental o por cualquier otra causa siempre provoca dolor. El dejar es en sí lo que duele, pero a pesar de esa gran aflicción, hay otro tipo de renuncia que es mucho peor a pesar de que no provoca sufrimiento inmediato. Quien la padece a veces no se da cuenta.

Alejarse de uno mismo puede provocar la muerte. Al parecer es un mal de nuestra época y cada vez es más común ver personas sin voluntad, autómatas de la vida ordinaria. Las causas son infinitas, pero las consecuencias son las mismas.

Yo, por ejemplo, tengo que escribir sobre esto para no dejarme llevar por mis hábitos, aflicciones, vicios, traumas y cualquier cantidad de síntomas y acciones que definen mi vida y, así, no estancarme más en el hoyo en el que ya estoy.

A veces comparo la persona que fui con la que soy, con la que tal vez seré, la cual no es difícil de profetizar después de tantos años de hacer lo mismo. Si sigo con una vida llenas de rutinas sin razón, simplemente porque no me atrevo a hacer cosas diferentes, pronto seré otro zombi más cruzando la calle, sin reconocer a las personas que algún día me conocieron y traté. Sin recordar que ahora mismo estoy preocupado por la persona que seré.

jueves, septiembre 28, 2006

La fuerza del deterioro.

Las ataduras de las muñecas han comenzado a ceder entre los desesperados jalones y la sangre que producen y que a la vez permite, cómo lubricante, mover un poco más las manos.

Los clavos que mantienen a la cama unida permanentemente al piso se muestran frágiles, varias veces han estado a punto de salir volando por la tremenda fuerza que desprende Miguel en los momentos de crisis.

Él se encuentra postrado, amarrado por las cuatro extremidades a la estructura maltrecha que es su cama. Su infierno.

La habitación que lo vio crecer se ha convertido en la cárcel que lo mantiene recluido a su suerte desde hace días. Él lo ha pedido, suplicado. Así debe ser. Lo ha intentado todo sin resultados.

María Elena, su madre, ha estado a punto de liberarlo varias veces al no soportar los gritos de dolor, pero Miguel le jura que si lo hace no lo volverá a ver por el resto de su vida. Además, ella sabe que es mejor dejarlo amarrado, pero en cada vicisitud de su hijo, su corazón se deteriora tanto física como emocionalmente al ver cómo trata de combatir a sus malditos demonios.

Pero María Elena es cómplice del sufrimiento y vejación de Miguel. Fue ella quien lo amarró según las indicaciones de su hijo. Ella misma es la que le cura las heridas y le cambia el pañal. Todo ella.

También se siente culpable de la extrema situación por la que atraviesa Miguel. Si hubiera sido un poco más estricta, pero todos sabemos que educar a un hijo sola no es nada fácil.

Aun así, Miguel logró tener una buena educación y pudo colocarse en un buen puesto en una compañía dedicada a la informática. Pero a pesar de tener 33 años, no beber y mucho menos ingerir drogas (qué aburrido), no ha logrado encontrar pareja. Es por eso y porque tiene un sentido de responsabilidad hacia María Elena, que tampoco se ha mudado a vivir por su cuenta.

Pero él cree que la verdadera fuente de sus problemas es un gran defecto que lo tiene preso y postergado. Una prisión autoimpuesta con la que espera curarse. Para contraatacar su desperfecto, Miguel pidió dos semanas de vacaciones y dos semanas más de licencia. Como pretexto se inventó un viaje por varias ciudades de Europa. Está decidido: superarlo o morir en el intento.

Los primeros días han sido muy difíciles, María Elena no sabe cuánto van a poder aguantar. Pero nada ha funcionado. Nada. Ni las dietas comunes hasta el by-pass que le hicieron hace 6 años (perdió 80 kilos pero los recobró al paso de los años) ha cambiado los hábitos de Miguel.

No hay razón o incondición física para su problema. El gran pedo con Miguel es que no puede dejar de comer, tragar, devorar, atascarse. Así de llano.

Lo único que puede salvarlo es que logre ser más fuerte a sí mismo. Lo que eso signifique.

martes, septiembre 12, 2006

Greta

Es normal pensar de forma fatídica si recién te enteras que tienes cáncer y máximo podrás vivir seis meses más.

Así se encontraba Greta, maldiciendo su suerte. No podía creer que el destino le hubiese hecho eso, después de llevar una vida bastante linda. Y no lo dice ella.

Al principio pensó que no era justo “esas son chingaderas”, decía. “¿Cómo coño se supone que funciona esto?, primero no sabes ni qué pasa con tu vida, después de mucho desmadre por fin le encuentras un hilito a la madeja, comienzas a jalar, vas poco a poco deshilvanando, claro, topándote con hilos que no llevan a ningún lado hasta por fin encontrar uno que parece seguro y ya. Hasta ahí llegaste”.

“Nada de ser madre, nada de envejecer. El hilo me lo han cortado con hacha”.

Greta pensaba dejarse llevar, no medicarse, no esforzarse y a otra cosa mariposa. “Al carajo”. Pero a la semana de conocer su condena estaba mucho más tranquila, su actitud mejoró y empezó a reflexionar más sobre su muerte de forma trascendental. “Bueno, puedo irme sin deudas, no le debo nada a nadie y sobre todo a mí misma. Esto me ha hecho pensar que mi vida no es tan mala, ni qué hablar, ha sido muy buena ahora que lo veo, je”.

Mucho más positiva, tomó la decisión de comenzar un tratamiento doloroso. Pasaron largas semanas y tremendas dosis de quimioterapia hasta no dejar rastro de sus hermosos rulos acaramelados que, según parece, eran una parte de su encanto que volvía locos a sus fans que incluía un buen porcentaje de amigas.

En esos días Greta parecía un caricatura mal hecha de sí misma. Uno podía reconocerla en las marcadas líneas que antes apenas encuadraban sus labios al sonreír. Sus grandes ojos se hundieron y aunque su humor se vio opacado, no desapareció.

Fueron los peores momentos, parecía más muerta que viva pero no se venció. Cuando recibió la peor noticia de su vida, los doctores pensaron que sería bueno tratarla aunque fuera inútil; claro, aunque la ciencia diga una cosa, dejar de intentar no ha sido una opción en nuestra especie, menos tratándose de un ser como Greta.

Pero cuando la vieron así, los matasanos cambiaron de opinión. Le aconsejaron, en pocas palabras, que disfrutara de lo que le quedara sin el clavario de los tratamientos a través de sendos cócteles de morfina para evitar los dolores.

Pero Greta, siempre contreras, se dispuso luchar y morir en el intento. “A mí me sacan por las greñas de este mundo, por mi propia voluntad, ¡ni de coña!”. Estaba decidido.

Así pasaron seis, siete, ocho, nueve meses y Greta seguía en esta dimensión. Al cabo de un año tres meses no sólo seguía vivita y coleando, sino que los doctores estaban absortos por los últimos análisis, ya que indicaban que no había cáncer. Otras investigaciones, mismos resultados. Cero metástasis, nada, !je suis fini!

Por supuesto, la madre y tías de Greta tenían la explicación, la cual se conoce por falta de mejores explicaciones como milagro. Yo no supe qué creer, sólo dudé de la capacidad de los especialistas que la atendieron, los cuales fueron varios y distintos. Pero todos coincidían, ella tenía un cáncer que se había expandido al 80% de su cuerpo y al cabo de 15 meses de haberlo diagnosticado, había desaparecido. Así nomás.

Greta no cabía en sí, era la más feliz. Yo no quise ser un aguafiestas y sobrepuse mi escepticismo uniéndome a su alegría.

Como siempre y más después del “milagro”, lugar donde llegaba Greta lo iluminaba todo, tanto que hasta los desconocidos la identificaban como -la chica que había coqueteado con la muerte, enamorándola hasta darse el lujo de abandonarla-.

Así era Greta, amada tanto por hombres como mujeres, con un carácter fuerte de matrona y encantadora como un cachorro labrador. Es imposible olvidarla, no importa cuánto tiempo pase. La memoria colectiva le ha dado un lugar especial dentro de las leyendas urbanas.

Eso lo compruebo ahora, en el quinto aniversario de su muerte. Todavía puedo escuchar en las conversaciones que se menciona su nombre, “la novia de la muerte”, le llaman. Algunos creen que se fue a vivir a otro lado, pero lo que pocos saben es que murió de una bala en el pecho, producto de un asalto en el que no quiso dejarse sobajar al año seis meses de que le encontraron una enfermedad incurable. Qué podía impresionarla más que la muerte que había librado.

Sólo me reconforta pensar que se fue como quiso, luchado. Después de todo lo que sufrió para vivir, partió sin sufrir. Su muerte fue instantánea.