lunes, febrero 27, 2006

Sólo pedazos.

Cuando la nostalgia comienza a dislocarme, invariablemente vienen a mí personas con experiencias de mis mismos ayeres. Estos individuos de repente aparecen. Así nomás. Yo no les llamo, pero siempre, al hacerse presentes, trato de entablar diálogos con resultados musicales; pero en nuestros encuentros sólo producimos sonidos melancólicos. Entre más intentemos comunicarnos con palabras, incrementa mi aflicción y pena ya que los sonidos que salen de nuestras bocas se vuelen más fuertes y lánguidos.

En ese momento reacciono y callo, porque el desfallecimiento me ronda y no quiero desvanecerme en algo de lo que no estoy seguro regresar. Pero mis visitantes quieren hablar más y todos al mismo tiempo, produciendo una presión sobre mi depresión.

Aun en este debilitamiento he podido reconocer algunos signos de estos individuos entre notas densas y decadentes. Al parecer ellos me piden algo pero yo no entiendo exactamente qué, sólo puedo sopesar mi agobio el cual sé que también es el de ellos.

Cuando Fabiola reconoce qué me pasa, sólo atina a preguntarme si mis vidas pasadas han vuelto a visitarme. Yo, sin saber lo que está pasando, trato de incorporarme del apresamiento de ese sueño recurrente, donde las antelaciones de mi ser, las pretéritas notas musicales del soundtrack de mi existencia y la entrante realidad se mezclan. Justo ahí se funden los pedazos de lo que fui con lo que soy.

miércoles, febrero 15, 2006

Súpercachondo

Eso se decía Antonio mientras contemplaba su pecho, brazos y todo lo que su vista podía abarcar desde la silla en la que estaba postrado. “Soy súpercahcondo, soy súpercaliente” se pavoneaba. Cuando por fin recordó que estaba en una comida y que la gente con la que compartía mesa le observaba con una fijación que dividía las opiniones entre la risa y la vergüenza, él por fin dijo “y estoy pedísimo”.

Antonio es uno de los amigos más entrañables y desde hace años tengo el gusto de contemplar la abrasadora imagen que tiene de sí mismo. Por eso, he tratado de convencerlo que lo suyo es la pornografía. Siempre, incluso cuando su mente lo abandona y sólo su cuerpo está presente, se le prende el piloto automático en muy caliente.

A simple vista tiene todo lo que un actor de ese calibre exige. A vista detallada no canta mal las rancheras. Esto lo sé porque en el año que compartimos la renta de una casa, las visitas de sus diferentes amiguitas eran muy frecuentes, siendo que todas salían mucho más contentas de lo que llegaban.

Cuando me contaba lo que hacía en sus ratos libres con sus compañeras de pachanga, me costaba trabajo creerle y por eso le pedí pruebas, pensando que su imaginación no tendría sustento.

Pues carajo, pude comprobar que lo sórdido de sus relatos eran mucho más divertidos y verídicos de lo que mi percepción proyectaba. Además, muchas de sus doncellas estaban encantadas tomándose fotos en posiciones que Antonio les ejecutaba cual luchador de la Arena Coliseo. Y pensar que algunos de nosotros luchamos pero por sacar siquiera algún teléfono, este reverendo cabrón las hace llorar pero de gusto.

Además de someter y contorsionar a sus presas, Antonio tiene una actitud de concupiscencia que no suelta al caminar, al mirar y al realizar esos paraditos de modelito depravado. Por eso mismo, su pose de galán de balneario lo hace todo un pornstar en potencia. Además, el as bajo la manga son unos estudios que no logró desarrollar: pasó algunos años aprendiendo las artes de la actuación en el Centro de Capacitación de Televisa.

Vamos, tiene el talento y la soltura para pararse frente a una cámara y fornicar sin arrugarse. Literal. Ya lo ha hecho y yo lo he visto.

Lo malo es que como mexicano de cierta clase privilegiada, él cree que tiene buenos valores morales, y de hacer lo que hace de forma profesional, traicionaría lo que le enseñaron en su casa. Claro, estos valores los ha pisoteados desde hace años, pero lo que Antonio realmente teme es que su familia y algunas amistades a las que estúpidamente les da mucha importancia, conozcan su talentos escondido y lo tachen de lo que realmente es.

De seguir las cosas como están, Antonio como todos los que estamos en edad productiva, seguirá jodiendose todo el día para tratar de llevar una vida más o menos digna. Si me hiciera caso, no negaría su cachonda vocación por “el qué dirán”, podría estar hinchándose de billetes y, sobre todo, me permitiría ser su representante para proyectarlo internacionalmente como el primer actor de la época de oro del cine (porno) nacional. Ya tengo todo planeado.

De no convencerlo, Antonio seguirá tratando de hacer negocios por aquí y por allá a ver si alguno por fin pega. Y yo seguiré soñando en su debut con Jenna Jameson, Sophie Evans o de perdida Lyn May.

viernes, febrero 03, 2006

Lagunas mentales

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miércoles, febrero 01, 2006

Raphael

A diferencia del Divo de Linares, este Raphael es un hombre que no llegó para quedarse. De hecho, le ha costado mucho dejar algún remanso de recuerdo por donde pasa -si es que en algún momento le interesó hacerlo- gracias a su talento por pasar desapercibido, logrando navegar en el mar de su existencia con mucho más pena que gloria. Y como a la pena conviene hundirla por lo triste de su naturaleza, él se ha dejado naufragar junto con ella.

Por eso, Raphael decidió desde hace algún tiempo dedicarse al marginal oficio de la indigencia. Todos los días deambulaba entre las calles provocando el mismo interés que una sombra. Se mimetizó tanto en el paisaje que logró desaparecer por días, reapareciendo más sucio y demacrado que antes. Y aun así nadie se daba cuenta de su mísera presencia.

Entre las penumbras, libre hasta de él a falta de reclamo, Raphael logró desarrollar su talento al extremo. Era tal su menesteroso compromiso, que su nivel llegó a compararse con los que han sido capaces de arriesgar su vida con tal de hacer lo que nadie, como Neil Armstrong o el Increíble Profesor Zobek. Así de insuperable es Raphael.

Hace poco lo encontré caminando y balbuceando como un iluminado. Parecía un asceta, mejor aún, un faquir que camina entre carbones y vidrios rotos; pero a diferencia, Raphael caminaba entre los autos del periférico. Y justo en ese lugar, la persona que había pasado desapercibido toda su vida, por fin era contemplado por todos los que no querían verlo por la incomodidad que causaba.

Paradójicamente el día que dejó de ser invisible para los demás, fue la última vez que lo vi. A veces creo reconocerlo en otros espectros de la calle; sólo los villamelones en las penurias del olvido, los que no acaban de decidir ser libres por completo sin importar las consecuencias, son los que mayores diferencias tienen con mi tocayo.

A los que les he seguido los pasos en sus ascendentes carreras son a Michael, Tania y Fausto. Al igual que Raphael, arriesgué, con todo respeto, bautizarlos artísticamente para ubicarlos, ya que sus nombres reales nunca los supe y ellos han comenzado a olvidarlos.