sábado, diciembre 31, 2005

Perdido

Después de varios días de amanecer en distintos lugares, comienzo a perder no sólo la ubicación del espacio o del tiempo; sino también del sentido.

Al viajar, es normal desorientarse frente a las dimensiones que nos rodean. Cuando uno comienza a despertar en lugares no acostumbrados, el contorno se convierte oblicuo ya que la cama, sillón, catre o suelo donde uno amanece, tienen diferentes alturas que desconciertan, por no mencionar el orden de los diferentes objetos acomodados.

Si uno además experimenta cambios drásticos de horario y abusa de sustancias como el alcohol, que ocasionan un derrumbamiento físico, el amanecer puede ser una absoluta y cruda pesadilla. Aquí podemos notar un claro ejemplo de la subjetividad del tiempo, ya que el incorporarse al mundo, es posible hacerlo a cualquier hora y en donde sea.

Ahora, si todo eso combinado se le agrega un despertar con una ausencia completa de luz (normalmente nunca duermo bajo esas condiciones), la desorientación se convierte en un desconocimiento digno de un recién nacido.

Bajo esas condiciones me he despertado, sin saber quién soy, con quién estoy y por qué coño estoy. Y a pesar de que toda esta conjunción de preguntas puede resultar desconcertante, la angustia no me ha dominado. Al no tener referencias inmediatas de quién soy y todo lo demás, sólo vasta con estar. ¿En dónde?

Eso es lo que me ha tomado unos momentos responder.

miércoles, diciembre 14, 2005

Abuelito, dime tú.

Es incontrolable y a todos nos pasa, pero no deja de sorprenderme como el físico me va cambiando. Hasta hace unos años, mi pelo era vasto de color negro y no tenía tantas bolsas en los ojos. Antes podía comer todo lo que me venía en gana, ahora mido las porciones y trato de no ingerir carne roja.

No fumo desde hace décadas.

Y aun así se me sigue arrugando la piel donde ya estaba arrugada, y las manchas de la cara y manos incrementan y oscurecen cada vez más. Creo que ya no voy a cambiar demasiado, pero eso pensé antes de que se me cayeran los dientes de enfrente y podía caminar sin necesidad de bastón.

Mucha gente piensa que es una bendición tener la mente lúcida a mi edad. Yo comienzo a dudarlo porque es lo único que no ha envejecido, por lo que lo demás es ya una carga.

Todos sabemos lo que nos va a pasar, pero a diferencia, tengo claro que para mí eso está cerca. Y a pesar de ser un quejumbroso con todo y todos, no me preocupa la muerte porque he vivido casi como he querido.

Lo único que en verdad no soporto, es causarles ternura a esas jovencitas amigas de mis nietas. Si conocieran mis pensamientos me tendrían miedo, pero lo único que se me para cuando se me acercan es el bello de los brazos. Cuando pasan a saludarme, sólo les digo cosas lindas como “qué bonitas niñas” o “mi´jitas, siempre tan simpáticas”. Perras, si supieran.

Los que comienzan a sospechar de mi, son mi hija y su esposo. Después de meses quejándose a la compañia teléfonica de llamadas no hechas, ahora vigilan más mis movimientos, por lo que tengo que ingeniármelas para acercarme al aparato sin que se den cuenta. Todavía tengo alguna ventaja sobre ellos. Sé que aunque tengan pruebas, no se atreverán a preguntarme sobre las extrañas llamadas a esos números donde amables señoritas del amor, consuelan por unos minutos la perspicaz mente de este pobre anciano. Se ponen roñosos por unos insignificantes pesos, pero eso sí, ahora mi hija no se acuerda quién le pagó la universidad. Ingrata.

Y si se trata de fingir demencia, soy un expertazo. Lo que mejor me sale es el sordo. Sobre todo cuando viene la novia de mi nieto y se van a “ver la tele”. Después de un rato de haber prendido el televisor, ella comienza poco a poco a subir el tono de sus alucinantes jadeos, y siento que por fin se me va a parar, pero el corazón. Hija de su madre, no había escuchado ese resuello ni en mis mocedades. Lo más curioso es que, cuando están a mitad de lo suyo, ella se acuerda de mí al preguntarle a mi nieto si no hay problema conmigo. Mi Pedrito siempre le responde que oigo tan bien como la puerta. Je, je, je, je. Ah, si tan sólo fuera bueno conmigo y me permitiera ver aunque sea un poquito de eso que le provoca tantos aullidos de placer a su hermosa noviecita. Pero nada más al intentar pararme de mi viejo sillón, hago más ruido que un gato con cascabel. De todas maneras, nunca me voy a poner frente a ellos y pedirles que sigan con su espectáculo. Aunque ganas no me faltan.

A pesar de que todavía sigo teniendo una imaginación muy activa, no puedo defraudar la imagen que tienen mis nietos de mí. Ni modo, quién iba a pensar que iba acabar siendo lo que soy. Un chocho y lindo abuelo.

miércoles, diciembre 07, 2005

Soldados del amor.

Casi todos los hombres, en algún momento de nuestra vida, hemos sufrido por el amor de una mujer. Es invariable, pero cuando sucede por primera vez que es común en la pubertad, este tórrido sentimiento provoca que nuestra simple vida hasta entonces, se vuelva desgraciada e interesante.

Al paso del tiempo, si uno no ha aprendido lo suficiente de los desaires, éstos dejan de ser interesantes para pasar a ser sólo desgraciados, por lo que nos ponemos las pilas y poseemos a la musa en cuestión, pasamos a la otra o de plano nos damos un tiro. Pero dejamos de sufrir. Bueno, esa es la idea.

Pero en esto del amor, los hombres podemos lograr barrabasadas dignas y tan grandes como nuestra calentura. Existen muchos casos en nuestro género que son una clara muestra de que podemos pensar con lo único que tenemos de excedente respecto a las mujeres.

En los últimos años, la mercadotecnia ha influido tanto en los hábitos de los machos, que algunos se han visto obligados a modificar su práctica de eructos, pedos y rascado de huevos para pasar al refinamiento. Ahora es más frecuente ver güeyes con rayitos, ropa pegada y cosas así; sin darse cuenta que la línea entre el metrosexual y ñerosexual, es muy delgada. Esta sofisticación de comportamiento, a diferencia de los gays, es que los metro y los ñero, hacen todo esto para tratar de ligarse a más viejas. Se han redimido y han dispuesto nuevas estrategias para asegurar una conquista, dejando a un lado el clásico acto de seducción a la machoman.

Pero el hombre que sigue siendo rudo y que bebe cerveza en vez de vino, que prefiere el fútbol al teatro, ese que no entiende la diferencia entre el Lo-Fi y Trip Hop porque prefiere el Rock y sus derivados, es el perfecto soldado del amor.

Este tipo de hombres pueden pasar años soñando con una mujer, pero muchas veces ni siquiera hacen el intento de hablarle. Idolatran la figura femenina y al mismo tiempo la aborrecen al creer que no son sensibles como ellos. Aseguran que las mujeres son frías y calculadoras, pero al mismo tiempo morirían por su cariño.

Los soldados del amor, casualmente, se enfocan en las que no les hacen caso. Si da la casualidad que alguna les da entrada, suelen perder todo interés, porque claro, tienen que hacerlos sufrir para que sientan que la chava vale la pena. Por esta incomprensible razón, normalmente están solos.

Para rescatar de las líneas del desprecio a estos brillantes y valientes militares del corazón, es necesario una heroína con el suficiente coraje. Una que esté igual de chalada y que quiera jugarse el pellejo, ya que las posibilidades de salir mal herida son muy elevadas.

A mí, por buena suerte, tuve a bien encontrarme con una bella y noble adelita, que después de una guerra sin cuartel, su bondad logró rescatarme de las profundidades de la autodestrucción permanente.

Por eso, le estaré eternamente agradecido.