viernes, mayo 19, 2006

Las batallas de Almo.

Almo sabe muy bien que de seguir siendo como ha sido, corre el gran riesgo de tentar a su maldita suerte. Es como el marinero que sale a navegar y enfrenta en sus aventuras riesgos como los huracanes, pero el verdadero peligro es el que parece una fortuna en medio del océano; como las hermosas sirenas, que seducen con sus cantos al marino sediento de placer hasta causarle la muerte.

En el caso de Almo, sus amenazas son engañosas y maliciosas como las voces candentes de las nereidas, ya que le plantean cualquier cantidad de gozo, satisfacción y de deleite, pero de vez en vez que él se deja seducir de más ( es como estar en los brazos de las ondinas) le cobran una factura sangrienta. Pero aun con estas experiencias y previa identificación de lo que tenía que haber hecho para no sucumbir ante la tentación, en esta ocasión se dejó llevar y no por que creyese que podía ganar esta batalla, sino porque simplemente no quiso dejar de ser quien es. ¿Acaso el viejo lobo de mar puede dejar de ir a el mar?

Con sus tablas, Almo intuyó cuando estas malditas estaban por llegar, así que tomó un buen soplo y se dirigió a confrontarlas al lugar donde sabía que iban a estar.

Ahí no había una, ni dos; fueron tres que como buenos depredadores atacaron a su presa de inmediato. Pero a diferencia del animal que mata para sobrevivir, éstas gozaban al hacerlo sufrir lo indecible desde el primer movimiento.

La confrontación fue cruenta, brutal; pero Almo sabía lo que tenía que hacer, tanto que hasta dominaba el momento en que podía respirar y cuanta cantidad de aire dejar pasar a su cuerpo para no dejarse desvanecer por el dolor. De esta forma pudo comenzar a contraatacar y poco a poco fulminar a base de resistencia y fortaleza a cada una de las náyades. Bueno, también con la ayuda de Diaprospan y un poco de Preparation H.

Una vez que terminó el combate, Almo quedó batido en su propios flujos, que también era la de sus contrincantes. Estaba feliz de haber superado la dura lucha y, a diferencia de las otras dos confrontaciones anteriores, esta vez le quedó muy claro no querer volver a repetir otra experiencia como ésta porque no cree capaz de resistir.

Ahora planea relajarse todo lo posible y evitar el estrés, además piensa dejar por la paz el café, el chile, en gran medida el alcohol y cualquier otro irritante. Ni de coña desea sufrir otra vez de esas irritaciones varicosas que causan esos pequeños - que parecen gigantes- tumores sanguíneos llamados hemorroides.

Pero claro, seguramente su propia naturaleza lo volverá a confrontar. La gran duda es cuándo. Ya podremos echar la moneda al aire, porque como él mismo ha dicho, no puede dejar de ser quien es.

jueves, mayo 04, 2006

Ruido en la noche.

Soplaba el viento y el ruido del cedro al rozar la pared del jardín arrullaba la madrugada como siempre. De pronto Joel escuchó en medio de sus ronquidos que una puerta era azotada. Abrió los ojos y tensó los brazos y el cuello por instinto. Dejó pasar un momento y nada. Al asegurarse que ese ruido pertenecía a su somnolencia influenciada por el estrés, retomó el sueño casi de inmediato.

Joel no sabe exactamente cuánto tiempo pasó, pero cuando Fátima lo tomó del brazo con la misma presión que él recién había producido, supo que el ruido era real y que provenía del interior de su casa.

Fátima y Joel se quedaron rígidos unos segundos en la cama y con ganas que el delirio fuera compartido, pero cuando volvieron a escuchar cómo la puerta volvía a ser azotada, reconocieron que era la de entrada principal y parecía que alguien la quería tumbar.

Él, con las piernas pesadas por el azoro, bajó lentamente de la cama para que no lo escuchara el intruso. Tampoco prendió la luz y mucho menos gritó “¿quién está ahí?”. Joel supuso que la única manera de abordar la situación era cayéndole por sorpresa.

No llevaba nada en las manos y lamentó que sus chacos –por fin podría utilizarlos y con justa razón por ridículo que pareciera- estuvieran en la planta baja, justo a un lado de la puerta que continuaban azotando. Al llegar al nivel medio de las escaleras, en tono bajo pero suficiente para que cualquier persona a cinco metros pudiera escuchar, Fátima, cariñosamente le recomendó: “con cuidado”.

Joel quedó helado pues sabía que esas palabras los habían delatado y quien estuviera dentro de la casa las había escuchado y estaba al tanto de que era vigilado, por lo que creyó buen momento para hacer su jugada, pero se lamentó que la falta de luz no reflejara ni una pizca de nada y por lo tanto no sabía a qué se enfrentaba ni cómo abordarlo. Esa situación, mezclada con los ruidos dementes que comenzó a producir el entrometido, lo hizo pensar que las pesadillas sin sueño eran tan reales como el miedo que estaba sintiendo.

Justo cuando el pánico comenzó a apoderarse de él, Fátima le pidió que le abriera de una buena vez la puerta a ese gato desconocido y que regresara junto con ella a la cama. Esas palabras fueron el ancla para no dejarse llevarse por la conmoción, así que se acercó aún más a la puerta y pudo por fin distinguir al maldito animal de color miel a rayas, que no dejaba de maullear y que lo veía fijamente como solicitándole el favor de dejarlo salir.

Cuando por fin Joel le abrió la puerta, el pinche gato muy campante salió a trote ligero, como si se hubiese tratado de lo más normal del mundo. Mucho más tranquilo y sin comprender un pito, Joel por fin regresó al lecho junto a Fátima. Los dos se quedaron muy pensativos preguntándose cómo pudo entrar aquel animal a perturbarles la noche serena.