miércoles, febrero 21, 2007

El Number One.

Mientras observaba en el espejo cómo el pliegue de su corbata mostraba una perfecta zanja y el pelo lacio bien engomado se aferraba a su cráneo, Gabriel se dijo: “Hoy es otro día para seguir demostrando quién es el mejor”. Así pues, salió de casa rumbo al trabajo.

Al llegar, sus compañeros para no variar, lo observaron de soslayo y sin ganas de conversar se voltearon para evitar cualquier tipo de contacto. No era desconocido para Gabriel que era visto como un bicho raro, pero no le prestaba atención a eso, pensaba que no iba a ese lugar a hacer amistades, sino a dar lo mejor de sí. Siendo de esa manera, de inmediato se ponía a acomodar en bolsas de plástico a una velocidad sorprendente y con un excelso orden el pan, las frutas, cereal, leche, latas o cualquier producto que los clientes de la Tienda ISSSTE de su comunidad se llevarían a sus casas.

A pesar de tener 14 años, Gabriel sabía muy bien cual es su lugar en el mundo y lo que quería en base a eso. Y como no podía jugar fútbol y demostrar sus dotes como pambolero ya que debía ayudar a sus padres a mantener a sus hermanos, pues trataba de hacer lo mejor posible en el lugar donde lo había puesto la vida.

Pero era ambicioso. Por el momento había demostrado quién mandaba en cuanto a guardar las compras en ese supermercado; sabía también que los demás estaban celosos de él ya que solía llevarse muy buenas propinas. Tanto que ya comenzaba a tener competencia, un tal Julián, “ese pequeño bastardo” que le había copiado hasta la forma de peinarse.

Julián, a diferencia de Gabriel, era popular entre los cerillos, tanto que se había corrido el rumor que le iban a ayudar a conseguir un puesto en el Walt-Mart Super Center. Cuando Gabriel escuchó esto por casualidad, no pudo controlarse y tuvo que salir corriendo al baño para que no se notara lo enrojecido que tenía la cara por el coraje. Eso significaba que el pequeño bastardo era mejor que él y por ende tenía más éxito, además que cumpliría primero su objetivo: trabajar en las grandes ligas y no un pinchurriento autoservicio de cuarta, como decía.

Su reacción inmediata fue trabajar más, pero entre más se esforzaba, menos le querían sus compañeros. Pero el trabajo duro tiene sus recompensas y el gerente del supermercado se dio cuenta y lo hizo coordinador de cerillos. Distinción que no agradeció porque eso significaba trabajo burocrático para designar nombres con horas y le quitaba tiempo para demostrar su talento como acomodador de las compras.

Además, justo en esa semana, Julián partió a trabajar al lugar que él deseaba con ahínco, donde los pasillos son largos y repletos, donde las cajas registradoras son ultramodernas y los compradores podían retirar dinero. Mientras él se quedaba en un super local, hundido en las miserias del proletariado tercermundista, mientras su nuevo antagonista gozaba de las mieles de la burguesía consumista perenne, que seguro compraban lo que no necesitaban y llenaban sus bolsas del súper con cualquier cantidad de refrescos, bolsas de comida congelada o en lata, verduras frescas, carne roja tan buena que le escurría la sangre, jabones, champús, pantalones, balones o juguetes. De esos que se ven impresionantes por complejos pero que no sabía cómo se jugaban porque al no conocer otra cosa que el trabajo duro, se restringió su imaginación infantil.

“Sí me ayudas con mis cosas mijo. – “Eh, sí, sí, cómo no, ya le guardo su mandado jefecita”. Gabriel no dejaba de pensar en Julián y lo bien que se la estaría pasando empaquetando todas esas fabulosas mercancías. Juraba que su archienemigo se había ligado hasta una cajera, de esas que no pelan a los invisibles cerillos pero qué bien les sonríen a los jefes de departamento.

“Maldito, yo soy mejor”. Dicho esto, salió de la Tienda ISSSTE y se dirigió rumbo al Walt-Mart que queda a 15 minutos en micro de ahí. Cuando llegó vestido con el uniforme de otra tienda, los mismos cerillos trataron de pararlo, pero él firme en su decisión se dirigió a la caja de al lado de Julián. Agarró varias bolsas y con la habilidad que lo caracterizaba, tendió siete de un solo movimiento con su mano derecha.

Julián, impresionado, supo que eso era un desafío y que no podía echarse para atrás. Calmó a sus compañeros, se arremangó, se ajustó la corbata y le dijo a Gabriel “cuando quieras”.

Comenzaron a llegar los compradores con los carritos cargados hasta las cachas, casualmente había sido quincena. Uno a uno los dos dotados mostraron su rapidez, destreza y conocimiento de los productos: frutas en una bolsa, hasta abajo las más duras y pesadas como papayas o sandías, hasta arriba lo más ligero y frágil como manzanas o plátanos; en otra, garrafones de plástico con blanqueadores, suavizantes o detergentes. Sabían a la perfección cómo ahorrar bolsas y el orden en que debían ser guardados todos los productos, dando un cuidado especial al pan de caja o de la panadería.

Julián y Gabriel estaban dando cátedra de su profesión y era tan encarnizado el encuentro que los mismos compañeros se arremolinaron entre la caja 20 y 21. Hasta los clientes se enfocaron en hacer fila sólo en esas dos cajas, olvidando hasta las rápidas, que por único día se encontraban desoladas.

Las cajeras divertidas y un poco exhaustas, reconocieron el trabajo de estos dos campeones y trataron de no defraudarlos haciendo su trabajo más rápido. Pero después de tres horas, Julián ya mostraba signos de derrota, pero los gritos de apoyo de sus compañeros alargaron su suerte por media hora más, cuando por fin se desplomó jalando encima de él una bolsa llena con recipientes colmados de cerdo con verdolagas.

Gabriel había triunfado. Esa tarde recibió elogios de los cerillos que reconocían su tremendo talento y esfuerzo, de los clientes y de su mancuerna, la cajera Anita, que le aplaudía más que nadie pero que quedó petrificada cuando Gabriel le acomodó tremendo beso con todo y lengüita frente al asombro de todos.

No es de imaginar que Gabriel inmediatamente recibió una oferta de trabajo por parte del Gerente del fastuoso Walt-Mart Super Center, pero él no escuchaba, no entendía, estaba tan exhausto o más que Julián. Sólo pensaba que ese día lo recordaría como el mejor de toda su vida.